Verás, no es por el frescor de su sombra, ni por el intenso verdor de sus hojas, ni por la exquisitez y jugosidad de su fruto, ni por tenerlo asociada a la niñez en el patio en el que discurrió mi infancia, ni porque la sembrara uno de nuestros mayores, ni por las conversaciones -ligadas a entrañables momentos- que guarda… No, no es por ninguna de estas cosas en particular; es por el conjunto de todas y cada una de ellas, que, cuando mis ojos se recrean en la hermosura de esos racimos que auguran sabores únicos, se apodera de mi una placentera actitud que me reconforta y transmite sosiego. Paz interior.
Y me siento feliz recorriendo sus guías, de las que diseñé su trazado durante la poda, allá por enero. Y hace que mi mente vuele y me ponga a cantar.